3/3/11

Las pirámides y la esfinge

Es posible que, ante los inquietantes sucesos del norte de África, los jóvenes no alcancen a comprender del todo lo que allí sucede. ¿Sabemos algo de la nacionalización del Canal de Suez (1956), de la fundación del Estado de Israel (1948) y de la Guerra de los Seis Días (1967)? ¿Qué sabemos del rey Faruk, de Nasser, Sadat, Mubarak, la Universidad de El Cairo y los Hermanos Musulmanes? ¿Hemos leído El Corán? ¿Qué sabemos de la pugna cruenta e irreconciliable entre las sectas sunní (musulmanes ortodoxos) y chií (musulmanes heterodoxos)? ¿Qué sabemos de las persecuciones y matanzas de cristianos (católicos, protestantes, ortodoxos, coptos y maronitas) en países de África y Oriente Medio, perpetradas desde hace años por terroristas islámicos? ¿Sabemos que la palabra islam significa “sumisión” y este principio marca la vida de los creyentes? Deberíamos aceptar, por lo menos, que la plaza Tahrir, de El Cairo, no es la plaza Tian'anmen, de Pekín, como algunos periodistas tienden a parangonar con excesiva ligereza; ni Mubarak es Deng Xiaoping, ni Egipto es China.

Los média (prensa, radio y Tv) y las redes sociales hablan de revolución y de combates por la libertad y la democracia. Nada más erróneo. Analistas más avezados sostienen que más bien se trata de una conjura que se cierne sobre Túnez, Egipto, Yemen, Bahrein, Marruecos, Argelia, Libia, Jordania y Siria, destinada a aislar a Israel e intimidar a la Unión Europea (UE) y a los reyes y emires de la Arabia petrolera con la finalidad de instaurar un nuevo orden islámico radical en la región.

Para el islamismo extremista yihadista se trata poco menos que de una guerra santa contra Occidente y contra aquellos gobiernos árabes que apoyan a EEUU y aceptan el statu quo con Israel. Para el yihadismo, los reyes de Marruecos, Arabia Saudí, Jordania, Bahrein y demás emires del Golfo Pérsico están vendidos a EEUU, mientras los regímenes republicanos y laicos de Túnez, Egipto, Argelia, Libia, Siria y Yemen son ateos, herejes y traidores al islam, además de corruptos (el extremismo musulmán manda ya en Líbano y Palestina, a través de Hizbulá y Hamás, organizaciones apoyadas por Ahmadineyad y Bin Laden. El poder de la organización laica Al Fatah es cada vez menos relevante). Razón tiene el sociólogo francés Alain Touraine cuando afirma que las actuales revueltas del mundo árabe constituyen el final de la política diseñada para la región en tiempos de la Guerra Fría (1945-1990).

Para las masas insurrectas, el tunecino Ben Alí y el egipcio Mubarak no eran simples dictadores (que lo eran), sino políticos ateos vendidos a Occidente, enemigos del islam. Quien suponga que después de Mubarak vendrá la democracia representativa y parlamentaria, al modo occidental, está soñando. Lo más seguro es que, una vez desactivadas sus FFAA, se instalen regímenes teocráticos como el iraní de los ayatolás. Según Bin Laden, el objetivo final del islamismo extremista, representado por Al Qaeda (La Red), es la reconquista de Granada (España) y la ocupación de Europa. Varios intelectuales ya lo advirtieron. Samuel Huntington y su choque de civilizaciones y Oriana Fallaci y su rabia y orgullo, por ejemplo. Según la periodista italiana, Europa (“Eurabia”) capituló por su dependencia energética y por consentir la inmigración islámica masiva e incontrolada.

Todo esto sucede ante el desconcierto de la administración Obama y la inoperancia de la Unión Europea, desarmada y desmoralizada, dependiente del petróleo y del gas de los países árabes, desprovista de una política exterior homogénea, sin unas FFAA unificadas bajo un solo mando y, encima, golpeada por la crisis financiera mundial.

Escritor

Pedro Shimose
 
Fuente: laprensa.com.bo

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